Las memorias de Jaruzelski: apuntes sobre el papel de un hombre de Estado
Robert Steuckers
A principios de verano de 1992, el general polaco Wojciech Jaruzelski publicó un libro de memorias políticas. Describía en él los acontecimientos políticos que sacudieron Polonia a partir del 13 de diciembre de 1981, día en el que se decretó el estado de excepción. Moscú temía que una Polonia inestable hiciera mella en el sistema de dominio soviético. Razón por la cual, el orden comunista fiel a Moscú debía ser restablecido inmediatamente. Jaruzelski recibió como misión mantener su país en la órbita soviética, haciendo uso de la violencia incluso si ello era necesario. Los capítulos de su libro desvelan acontecimientos poco conocidos de la historia polaca de los años 1980-1985. Aunque "socialista" y convencido del "socialismo realmente existente" durante la era soviética, el militar Jaruzelski se nos muestra, tras los tumultuosos acontecimientos de principios de la década de los 80, como una suerte de "katechon" conservador; esto es, y dicho en términos schmittianos, como un hombre de Estado que se fija como tarea restablecer el orden y preservar las instituciones de su país frente al caos y la decadencia. Bien entendido que, desde nuestro punto de vista, el comunismo no dejaba de ser un cuerpo extraño en la historia de Polonia y el movimiento "Solidaridad" de Walesa una expresión espontánea de cólera popular. Ahora bien, cualquier observador neutral no podrá dejar de admitir con nosotros, que los servicios de espionaje extranjeros manipularon a "Solidarnosc", con el evidente objetivo de quebrar sistema soviético, por aquel entonces seriamente gangrenado. Esta operación de desestabilización no podía, evidentemente, efectuarse sino precisamente allí donde el sistema era más débil; esto es, entre el gran espacio soviético y el territorio de la antigua República Democrática Alemana (que, desde Turingia, hacía las veces de punta de lanza del Pacto de Varsovia).
Las fuerzas conservadoras y los militares en la órbita soviética no podían tolerar acontecimientos, ciertamente de base democrática, pero abiertamente lastrados por el "aventurerismo" en relación con el resto de fuerzas operativas en Polonia. Jaruzelski fue el encargado de salvar la situación: como militar, obedeció las órdenes de sus superiores políticos. El estado de ánimo de Jaruzelski se nos muestra con claridad meridiana en el libro que comentamos. Podemos considerarlo como un conservador, como un "katecónico", en el sentido en que Carl Schmitt entendía dicho calificativo. Varios son los pasajes de la obra que así lo corroboran:
«No se elige el espacio histórico y geográfico en el que se nace. Entre los hombres de mi generación, nos encontramos muy a menudo con quienes han sido tallados de una sola pieza de madera. La vida nos ha modelado con los golpes del destino y en encrucijadas. Somos hijos de nuestra época, de nuestro entorno, de nuestro sistema. Cada uno, a su manera, ha salido de ese ambiente. Pero aquellos que se han precipitado no merecen nuestro respeto. Y, por el contrario, aquellos otros que salieron demasiado tarde no merecen en absoluto nuestro desprecio. Lo más importante es saber por qué motivaciones se guían los hombres, cómo se han comportado, qué han hecho y en qué se han convertido en la actualidad en tanto que tales hombres» (pág. 8). «Como soldado, sé que un jefe militar, que todo superior jerárquico es responsable de todo y para todos. La palabra "excusa" no significa nada, pero tampoco encuentro otras. Quiero pedir una sola cosa: si hay hombres para los que el tiempo no ha curado las heridas, no ha apaciguado la cólera, entonces que vuelvan esa cólera contra mí, pero no contra aquellos que, en unas determinadas circunstancias, honestamente y de buena fe, han sacrificado muchos años de su vida y han dado toda su capacidad de trabajo para la reconstrucción de nuestra patria» (pág. 9).
En su conclusión, Jaruzelski se expresa en un estilo claramente "katecónico": «Las situaciones y las medidas excepcionales conducen a menudo a baños de sangre. Sabemos que en numerosos países, los estados de excepción han costado la vida a miles y miles de hombres. Nosotros, por el contrario, tomamos esa decisión dramática con el objeto, justamente, de no desembocar en una tragedia. En gran medida, nosotros nos negamos a jugar al póker. Desgraciadamente, no pudimos hacerlo al cien por cien. En la mina de Wujek, por ejemplo, donde se hizo uso de las armas de fuego y donde nueve mineros perecieron. Este evento doloroso permanece aún como una sombra sobre el conjunto de las decisiones tomadas en aquel período» (pág. 465). Su análisis objetivo y frío de las fuerzas sobre la arena política revela una proximidad ideológica entre Jaruzelski y los autores conservadores "katecónicos" como Donoso Cortés, Joseph de Maistre o Constantin Frantz: «En los aparatos del poder, había muchos hombres capaces, cultivados y con experiencia. Desgraciadamente, la suma de cabezas inteligentes no da automáticamente una sobreabundancia de inteligencia. A menudo, se desciende al nivel de los idiotas que, por fanatismo, demagogia y arrogancia, consiguen que incluso las mejores intenciones sean expresadas en un lenguaje falso e inaceptable. Tanto por razones objetivas como por razones subjetivas, la base gubernamental no había sido sustancialmente ampliada. Muchos hombres de valor, que no querían comprometerse con unos ni con otros, fueron arrojados a la marginalidad» (pág. 466).
El general polaco percibe perfectamente la diferencia entre mitología y pragmatismo en el terreno de la política: «La mitología es una componente indeleble de la vida de toda sociedad. El concepto de "ética de la solidaridad (Solidarnosc)" no escapaba a ese ámbito mitológico, incluso si ha perdido gran parte de su esencia, tal y como sucede en nuestros días. Fue Pilsudski quien un día dijo que los polacos "no piensan en términos prácticos, sino mitológicos". El pragmatismo tiene incontestables ventajas en política y debería servir de guía para las elites dirigentes. Pero el pragmatismo no basta. Se convierte en algo seco y gris si quienes lo abrazan no aceptan, al mismo tiempo, los fundamentos emocionales de la conciencia colectiva e individual» (pág. 469). Jaruzelski se nos muestra escéptico en la medida que observa cómo el liberalismo económico se ha apoderado de los antiguos países del bloque del Este: «Temo que los distintos discursos vindicadores que apelan a la "descomunistización" desvíen nuestra atención de los objetivos que son esenciales, pues ello podría conducirnos a la dispersión de los esfuerzos de nuestra sociedad. Sería mortal para Polonia, en el estricto sentido de la palabra. Si únicamente buscamos objetivos de competitividad en un mundo marcado por la rivalidad, la competición y la concurrencia, y que ya han despilfarrado en gran medida nuestra energía social, ello dañará los intereses de nuestro país» (pág. 470).
Jaruzelski defendió y salvó un Estado de barniz soviético sin, al parecer, ser un comunista convencido. Entonces, ¿por qué lo hizo? El capítulo 28 de sus memorias nos ofrece una respuesta muy detallada y harto interesante. Lo principal, para el general, consistía en salvaguardar la soberanía de Polonia: «¿Cabía la posibilidad para Polonia, tras la segunda guerra mundial, de existir como Estado plenamente independiente al margen de la influencia soviética? (...) Las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam determinaron la historia contemporánea y los historiadores lo debaten hasta la saciedad (...). La mayoría de los políticos de esta época han debido aceptar, de buen o mal grado, los acuerdos de Yalta, y considerarlos como la única realidad (...). El orden existente forzaba también a Polonia a aceptar sus reglas, determinando su margen de maniobra. En tanto que militar, yo no podía actuar como si ignorase todo esto» (págs. 302-303).
Jaruzelski recuerda al lector una carta escrita en 1945 a su madre y a su hermana: «Estoy obligado a servir a Polonia y trabajar para ella, poco importa los perfiles que adopte y los sacrificios que nos demande» (pág. 304). El joven oficial polaco quería servir a su país bajo la forma de un Estado realmente existente, servir a una Polonia "poco importa los perfiles que adopte"; el joven Jaruzelski quería entregarse a este deber por encima de cualquier otra consideración. Los patriotas alemanes estimarán, sin duda, que esta profesión de fe es poco pertinente e insostenible, pero, para bien o para mal, es la típica tendencia entre la oficialidad polaca, para los que servicio y el deber son más importantes que factores de carácter étnico, histórico o ideológico. Jaruzelski esboza, en el capítulo 28, el tono de las disputas con los polacos exiliados en Londres, capitaneados por el general Anders, y los compatriotas residentes en Moscú. Las potencias occidentales jamás garantizaron las fronteras polacas de poniente, al contrario de lo que había sucedido con la URSS. Desde el punto de vista de Jaruzelski, la Unión Soviética se mostró como garante fiable y sólido aliado. Durante aquella época, sólo la URSS garantizó la existencia de un Estado polaco con fronteras fijas y claramente trazadas. Los polacos de Londres pretendían restaurar las fronteras de 1939, lo que los soviéticos jamás hubieran aceptado, puesto que Polonia había incorporado en 1921 grandes territorios pertenecientes a Bielorrusia y a Ucrania. Como quiera que los soviéticos avanzaban hacia el Oeste y disponían del ejército más poderoso, Polonia corría el peligro de quedar reducida a las fronteras fijadas por el Congreso de Viena (1815); esto es, a las dimensiones y configuración geográfica de un país minúsculo y con fronteras indefendibles. La preponderancia militar soviética y el rechazo de Moscú de devolver los territorios tomados por las armas en 1921, sellaron el destino trágico de las poblaciones alemanas de Pomerania, Prusia Oriental, Dantzing, Silesia y Posnania: una Polonia aliada de la Unión Soviética debía ceder necesariamente los territorios bielorrusos y ucranianos y ganarlos en perjuicio de Alemania.
Los enemigos de Jaruzelski han puesto siempre el acento en que Polonia fue sojuzgada en el marco del Pacto de Varsovia. A este reproche, el general responde que hay dos formas de soberanía limitada: 1) la limitación voluntaria en interés de un Estado o de un grupo de Estados aliados, y 2) la limitación que tiene las características de un protectorado. Jaruzelski admite que Polonia fue un protectorado hasta 1956, pero que al poco se "benefició" de una soberanía limitada precisamente en el marco del Pacto de Varsovia. En una situación así, el oficial Jaruzelski se fija dos tareas fundamentales: la salvaguarda de un Estado operativo y la lucha contra el caos social y económico.
Jaruzelski cita, asimismo, los llamamientos lanzados por el canciller Kreisky (Austria) y Schmidt (R.F. de Alemania) para que Polonia permaneciera en orden, con objeto de que el país pudiera cumplir sus obligaciones con otros Estados y para que la razón y la mesura no abandonasen el país. Jaruzelski adjunta en su libro el texto íntegro de un informe del ministro polaco de Asuntos Exteriores Jozef Czyrek, refiriendo su visita a Saint-Siège (págs. 353-354), y el informe del general Kiszczak sobre las maniobras de las tropas soviéticas, de la Alemania Oriental y checas a lo largo de la frontera polaca durante el otoño de 1981, incluida la actuación de agentes de servicios secretos extranjeros en el interior del país. Si Jaruzelski no hubiera proclamado el estado de excepción el 13 de diciembre de 1981, las tropas del Pacto de Varsovia hubieran entrado el día 16, con objeto de salvar al pueblo polaco de la "contrarrevolución", según los mismos parámetros utilizados en Praga en 1968.
El proceder de Jaruzelski ha constituído, según el "halcón anticomunista" Zbigniew Brzezinski, el capítulo que va del "autoritarismo comunista" al "autoritarismo poscomunista". Sin embargo, Solidarnosc no fue prohibida, atendiendo la solicitud del Papa en Czyrek, aunque no dejó de ser acosada con objeto de evitar al país una invasión, el caos y la quiebra. Con la lectura de estas memorias probablemente el lector no abandone el escepticismo, lo que no es eludible es el interés que logra despertar, no porque nos muestre las ideas de un general filosoviético, sino precisamente porque nos define con precisión la conciencia del deber en un militar llevado por los acontecimientos a ejercer de político. El espíritu militar, el catolicismo, la rusofilia y el comunismo se entremezclan de una forma compleja en las memorias de Jaruzelski. Todos esos ingredientes conforman en cierta forma una mezcla inestable, nada lejos de lo que ha sido la identidad real de Polonia.
[Reseña al libro de Wojciech Jaruzelski, Hinter den Türen der Macht. Der Anfang vom Ende einer Herrschaft, Militzke Verlag, Leipzig (Alemania), 1996, 479 págs. Traducción: Juan C. García Morcillo]
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