El Enemigo Americano

El Enemigo Americano
Robert Steuckers
XXV Coloquio Nacional del GRECE,
París, 24 de Noviembre de 1991

(Traducción de Santiago Rivas)

Nuestra intención al exponer las siguientes reflexiones es la denunciar de la manera más clara posible al enemigo americano, la de designar a los llamados Estados Unidos de América como el contra-ejemplo absoluto, de denunciar como falsos todos los planteamientos de las cenas-debate organizadas por el Rotary Club y demás vanguardias de la cultura americana en esta pobre Europa; y es primordial antes de nada tomar conciencia de que, ante los ojos paranoicos de los que no tienen sino ideas fijas, es decir, de casi todo el mundo, nuestro objetivo, hoy por hoy, no es otro sino el de agitar las buenas conciencias, y para ello debemos rescatar verdades históricas sutilmente escondidas, "científicamente" proscritas, nunca objetivamente debatidas. No cabe duda que América, en cuanto representante de los modelos de sociedad y los proyectos políticos que ella misma se encarga de implantar por todo el globo, es, para nosotros un peligro constante y permanente. América es radicalmente contraria a nuestras aspiraciones históricas profundas, a nuestra memoria, y actualmente es el siempre presente punto de mira de todo aquello en lo cual nos horroriza devenir. Fundada por los disidentes religiosos objeto de las "terribles simplificaciones" de los tiempos de guerra, cuya intención era construir más allá del Atlántico una "sociedad ideal y pura", una sociedad que rechazara definitivamente los "males" de la historia así como las instituciones ligadas al pasado, América pronto devino el espacio idóneo para experimentar la novedad por la novedad, el espacio donde se realizaría concretamente el final de la historia, la marcha ideal y lineal de la historia llegando a su término, como anunciara en 1989 Francis Fukuyama justo en el momento en que la caída del Muro de Berlín colocaba en ebullición a toda la Europa Oriental. Bien, no es mi misión contestar a los americanos su derecho a fundar "sociedades puras" ni que dejen de estimar que la historia deba tener un fin. Es una cuestión americana, y por lo tanto problema de los americanos, el derecho de creer todo lo que ellos quieran, así como el derecho de intentar poner en práctica todas las experiencias que les dicten sus propios fantasmas: desde las comunidades de los Cuáqueros hasta la ecotopía californiana, desde la fundación de Salt-Lake-City, capital de los mormones, hasta los cenáculos de las sectas "New Age". Es su derecho, y son perfectamente libres de ejercerlo sobre su territorio. Pero, y esta es la cuestión, yo les niego todo derecho a exportar sus manías a golpes de cañón o bajo la aplicación de la táctica del "carpet bombing".

LA VOLUNTAD DE JAMES MONROE
En este sentido, es perfectamente respetable la voluntad del primer presidente americano, George Washington, quien recomendó expresamente a sus compatriotas no inmiscuirse en los conflictos europeos. Desde esta óptica, que es también la nuestra, el presidente Monroe, y su primer secretario de Estado John Quincy Adams, enunció su famosa declaración política en 1823: cada continente, por sí mismo, debe resolver en sí mismo las fuerzas que le ordenan y que le aseguran su estabilidad interna. Washington, Monroe y Adams razonaban en términos de continentes: América para los americanos, Europa para los europeos. Ellos refutaron la lógica mundial, mundialista y global, cuyo máximo representante en la época era el Imperio Británico, que extendía su voluntad en todo el mundo por el control efectivo de sus "zonas de interés", multiplicando las intervenciones para lograr el dominio final de las finanzas desde la metrópoli. En su apogeo, el Imperio Británico, precisamente por su dispersión en los cuatro confines del globo, chocará de frente con los signos de su debilidad. Dueño de la India, de la mitad oriental del África, del Canadá y de Australia, sufre en sus mejores años de hipertensión imperial, de "imperial overstretch", como en su día nos lo demostró el profesor Kennedy. Pero, a la vez que daba un impulso definitivo a los principios de la Liga Naval del almirante Mahan, los principios continentalistas y aislacionistas formulados por Monroe fueron abandonados en América. América se vuelca en los teoremas del "Sea Power", de la potencia talasocrática, con la clara intención desde el principio de sustituir a la ya herida de muerte Gran Bretaña. Según Mahan, cuya obra influirá definitivamente en el pensamiento de Theodor Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt, Guillermo II, el almirante Tojo y Churchil, la clave de la potencia talasocrática reside en el binomio guerra-comercio. Si el comercio americano quiere estar presente en todos los países, América necesita de una flota lo suficientemente poderosa como para poder intervenir en todos los puntos del globo. Esto implica, tanto desde el derecho como desde el hecho, que América no pude permitirse una introspección exclusivista en el desarrollo interno del país. Después de Mahan, la construcción de la flota devendrá el problema principal de la política tanto interior como exterior de los USA, la piedra maestra sobre la cual asentar el dominio mundial del comercio. Y la historia le da la razón: Los Estados Unidos se convierten en la principal potencia mundial, pero a costa de una desorganización catastrófica de su propio tejido social. Nuestra intención es demostrar que esta desorganización es el principal de los peligros con el que nos amenaza América al día de hoy.

"MUNDIALIZAR LAS GUERRAS"
La construcción de una flota de guerra incluso más poderosa que la de la misma Inglaterra, junto con una política intervencionista en América Latina y otros países, constituyeron las dos grandes decisiones que marcaron el abandono de la Doctrina Monroe, aislacionista en su misma esencia. Este abandono implica: 1) que los Estados Unidos renuncian a organizar en autarquía el hemisferio occidental, el nuevo mundo; 2) que su potencia militar y comercial deviene intervencionista, heredera directa del "universalismo" británico del siglo XIX; 3) que la expansión militar y comercial adquiere mayor importancia que la organización interior del territorio americano tanto como de su población. El cambio de estrategia política trae como principal consecuencia la mundialización de las guerras, la negativa a limitarlas en espacios continentales más o menos restringidos. La declaración de guerra de Wilson a Alemania y a Austria-Hungría es el primero de los disparos mortales contra la Doctrina Monroe en beneficio de una nueva diplomacia, ofensiva, imperialista y provocadora. Los Estados Unidos transplantan a la Europa arruinada posterior a 1918 la diplomacia del dólar, aplicada en la propia Hispanoamérica desde 1989. Las bases de operaciones americanas, protegidas por su tremenda flota, ya no se limitarán al "hemisferio occidental", a la construcción "panamericana": se podrá encontrar en Alemania, en Irán, en China.

Después de la conquista de Hawai, de Guam y de las Filipinas, posiciones clave en el Pacífico arrebatadas a la España moribunda, la expansión militar y comercial americana difunde su influencia por toda el Asia fijando sus primeros objetivos en la costa china. Esta voluntad de intervención y de incrustamiento en los espacios extremo-orientales no podía sino terminar, antes temprano que tarde, en un enfrentamiento directo con el Japón.

Para justificar moralmente su voluntad de instalar sus protectorados allende sus fronteras, los Estados Unidos, al mismo tiempo que abandonaron la doctrina Monroe, se fijan el objetivo de destruir el derecho de gentes clásico, el "ius publicum europeum", para reemplazarlo por un nuevo derecho internacional, donde sólo ellos enuncian los principios y deciden las aplicaciones. No otra cosa es el denominado "Nuevo Orden Internacional" del que tanto se ha hablado desde la Guerra del Golfo. El derecho de gentes, en su enunciado clásico, europeo, distinguía claramente entre la guerra y la paz. La guerra, en el "ius publicum" europeo, nunca puede ser la "guerra santa", como la que sufrió el viejo continente en los días de las guerras de religión, sino únicamente la "guerra formal", tal y como la formuló Emer de Vattel en 1758 ("Le droit des gens"). La guerra es, desde esta óptica, la continuación de la política: sus protagonistas saben mantenerse en sus límites bien determinados, considerando y percibiendo al enemigo como un "iustus hostis", con los que se puede dialogar de tú a tú una vez que las hostilidades han concluido. Por contra, los que pregonan un derecho de gentes post-clásico, un derecho de gentes a la americana, a la puritana, deben aceptar las inevitables consecuencias de esta voluntad: la guerra universal, la guerra planetaria, enfrenta a dos enemigos absolutos: los unos encarnan el Bien absoluto, y los otros, con los cuales no se pacta jamás, los que deben ser exterminados sin piedad, son la pura encarnación del Mal absoluto, ya que son los "enemigos de la humanidad". Los discursos moralizantes, ya presentes en los tiempos de la Revolución Francesa y reagrupados por los intervencionistas que rodeaban a Wilson, han conducido a las mayores masacres que la humanidad nunca ha conocido, han conducido a la verdadera guerra civil universal, ya que cualquier adversario de América, aun cuando sus razones sean pertinentes de derecho, se coloca desde óptica, inmediatamente, como enemigo de ese fin de la historia que debe conducir inevitablemente al triunfo de Washington, al triunfo del género humano.

LOS PRINCIPIOS DE LA SOCIEDAD DE NACIONES
La era del derecho de gentes post-clásico comenzó en Versalles. En efecto, el mismo día en que vio la luz, la Sociedad de Naciones proscribió a los pueblos el resolver sus querellas por medio de la guerra. El principio puede aparecer perfectamente moral, digno de ser generalizado. Pero, en realidad, se está disimulando un peligro terrible: la universalización de la guerra. En efecto, según los mismos principios de la Sociedad de naciones, de la cual la ONU no es sino su hija primogénita, todo Estado miembro que declare una guerra sin el acuerdo de la asamblea de Estados miembros, en el plazo máximo de tres meses recibirá un "acta de guerra" firmada por la asamblea de estados miembros. El derecho clásico de gentes abogaba por la neutralidad, personificaba los conflictos y se resolvía por la negación de las partes terceras; estamos, pues, en las antípodas del derecho clásico internacional. El derecho a la neutralidad fue uno de los principios de base del derecho de gentes clásico; la neutralidad permite a los beligerantes y a los no beligerantes, a las poblaciones civiles y militarizadas el poseer un recurso, un pulmón exterior en caso de conflicto; los neutrales siempre pueden tender una mano caritativa, auxiliar a los heridos, socorrer a los refugiados, ofrecer exilio a los vencidos y ejercer su fuerza diplomática en las negociaciones. En el actual derecho internacional, toda forma de neutralidad es sospechosa de complicidad con el enemigo absoluto, todos aquellos que intentan atender los rigores de un conflicto son sospechosos de pactar con el diablo. Aún peor, después de Versalles, como después de Yalta, los "principios morales" permiten a los vencedores, que dominan el juego por la fuerza, congelar los conflictos, regular en su provecho el "status quo" en nombre de un viejo principio: "pacta sunt servanda". Nos encontramos, tras el advenimiento del "ius publicum" post-clásico, en presencia de un "status quo" refrigerado, congelado, que no aprovecha sino a los vencedores en exclusiva, y pensamos concretamente en los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los otros, los "menos iguales", los dominados, los vencidos, deben contentarse con un "status quo" que es aceptable sólo en la medida en que la alternativa es inaceptable. La "guerra formal" carece entonces de sentido por su misma imposibilidad, los pueblos devienen prisioneros de una "legalidad" implantada "manu militari" por los intereses comerciales, a riesgo de emprender campañas en las que se enfrentan a todos y contra todos con sus propias y limitadas fuerzas. Para ilustrar lo que venimos diciendo, es más que suficiente meditar sobre el reciente ejemplo de Irak, involucrado en una guerra de imposible victoria tras la invasión de Kuwait, cuando pocos años antes era el baluarte de la "humanidad" frente al Irán resistente al "American way of life"; este es el "status quo" de la ONU: guerra sin cuartel de todos contra uno.

Con la entrada en escena de los Estados Unidos en el concierto europeo, tras la adhesión de Washington a los principios del intervencionismo en todos los azimuts, después de la proclamación de los principios de Wilson, debido a la imbricación del capital americano en la red económica europea, el personal político de la otra orilla atlántica creyó firmemente que la historia había terminado en 1918, el día del Armisticio; la historia, a sus ojos, había cesado. Desde ahora, el nuevo derecho de gentes aplicaría la "guerra-ejecución". El Estado recalcitrante, el que osara contestar el "status quo" y se aventurase en nuevas peripecias de la historia, debía ser aislado del bando de las naciones; los miembros de la comunidad internacional debían romper todas las relaciones comerciales y finacieras con dicho Estado, incluso en detrimento de sus intereses más elementales. Vemos el caso concreto en ese histerismo mundialista que se ha declarado en el problema de Irak. Hablo en primera persona: cuando acepté un debate con el doctor Zaïd Haïdar, embajador de la República de Irak en Bruxelas, y cuando me permití el lujo de expresar mi opinión en términos más bien moderados de que no compartía el principio americano de la enemistad absoluta y, sobre todo, al declarar que el Oriente Medio era una zona árabe, que debe organizarse por los árabes y para los árabes, fui recriminado personalmente nada menos que por el anciano Jan Adriaenssens, el antiguo jefe de la diplomacia belga. De nada sirvió que ante el doctor Zaïd Haïdar demandara, como la inmensa mayoría de mis compatriotas periodistas, la liberación de los rehenes belgas, lo cual, por cierto, se logró gracias a su mediación personal, lo cual es algo que le agradezco personalmente; tres días después, cierto periodista muy conocido por su defensa de las causas más ineptas, se permitió el insultarme públicamente en nombre de su "humanismo" post-clásico, ese mismo "humanismo" que pocos meses más tarde sembraría entre 100.000 y 150.000 en las tierras de Mesopotamia, víctimas inocentes, al tiempo que reduciría a cenizas las más bellas colecciones de escritura cuneiforme; no debemos extrañarnos que el más viejo patrimonio de la humanidad sea destruido en estos dais en nombre de la moral puritana. Dos hombres de buena voluntad habían discutido con un embajador para intentar el rescate de algunas víctimas inocentes y neutras de las miserias de un conflicto que no habían buscado ni querido, con el resultado de ser insultado por los "defensores de la libertad de expresión", aquellos que no movieron ni una pluma ni ante la miseria de todo un pueblo arrojado a las más ínfimas condiciones de supervivencia ni ante el vandalismo innoble de los destructores de tesoros arqueológicos.

LA DOCTRINA STIMSON
Para el espíritu misionario de los puritanos, las guerras no son conflictos, no son la prolongación de la política por otros medios, sino represalias, expediciones punitivas, medios para erradicar la barbarie ("uprooting of barbarian").

En el período de entre-guerras, esta nueva versión post-clásica del derecho de gentes fue refinada por Frank B. Kellog, Cordell Hull y Henry Stimson. La Doctrina Stimson, inventada para justificar la injerencia americana en el Extremo-Oriente, fue presentada por primera vez en una nota al gobiernos japonés y chino el 7 de enero de 1932. Esta nota precisaba que los Estados unidos no aceptarían ninguna modificación en el trazado de las fronteras, pues el resultado sería considerado "casus belli". Para los dirigentes americanos la historia estaba cerrada, las fronteras existentes y el "status" que las mantenían no podían ser modificadas bajo ninguna razón. Los resultados de este principio, no ya "conservador" sino más bien "retrasador" de las sinergías acumuladas, los podemos observar no sólo en la Guerra del Golfo, sino también en el problema de los países bálticos y en la tragedia de la desintegración de Yugoslavia. En Irak se actuó en el sentido de resolver definitivamente los problemas fronterizos con Kuwait; en los países bálticos, la posición americana no dejó de ser ridícula al afirmar que los Estados Unidos nunca reconocieron la anexión de las tres repúblicas por Stalin, lo cual no era sino reconoer el "status quo" imperante en 1940. Las urgencias de Occidente, y sobre todo las alemanas, para reconocer a Eslovenia, Croacia y Macedonia derivaron forzosamente en una adhesión no-crítica de la doctrina de Stimson: el reconocimiento tácito de las fronteras internas de Yugoslavia fijadas personalmente por Tito. El resultado: un conflicto que es, "de facto", completamente ininteligible para los americanos y para sus aliados europeos.

Cordell Hull, nombrado Secretario de Estado por Roosevelt en 1933, introdujo en la práctica diplomática una nueva metodología: por medio de las estadísticas comerciales se puede calcular con exactitud la manera de intervenir en los cinco continentes. Todos los problemas que, desde la óptica americana, no pudieran ser analizados de forma estadística y cuantitativa, constituyen en sí una aberración o, más concretamente, una monstruosidad. Cordel Hull formuló también una doctrina positiva y utilitarista que, cuando es apoyada por la flota americana o por su aviación, permite a los Estados Unidos alinear de grado o de fuerza a todo el planeta bajo el criterio de la "American way of life".

En Europa, como en Iberoamérica o en el mundo árabe, la política angloamericana hoy en día es la balcanización, la división en microestados. Para dominar los vastos espacios e intervenir en las culturas autóctonas pluriseculares, se aplica la divisa del dividir para vencer. La Guerra del Golfo nos ha demostrado la utilidad de esta estrategia en la política mundialista practicada por los Estados Unidos: el único interés americano en no fragmentar a Irak resulta de la utilidad de mantener en la región un Estado capaz de enfrentarse a un Irán o una Arabia Saudita que pueden devenir demasiado poderosos. Esta fue también la política que se aplicó a la Alemania vencida en las dos guerras mundiales. En Oriente Próximo, la situación estratégica de los estados Unidos reside en uso eventual del Líbano para controlar simultáneamente tanto a Israel como a Siria; guardo las reservas kurdas o chiítas como fuerza auxiliar en caso de necesidad. Así es como han conseguido brillantemente su objetivo: la libanización de toda la región; jamás pensaron en la pacificación, pese a todos los discursos de Bush. La estrategia americana, que aquí demuestra ser plenamente anglosajona, consiste en controlar ante todo las vías de comunicación y los recursos económicos, y para ello el mejor medio es favorecer todo desorden en el interior de las tierras, para impedir la formación de Estados plurinacionales con una estabilidad geopolítica propia y firme. Cuando, a golpe de propaganda, los americanos reclaman la "democratización" de cualquier región planetaria, el objetivo inmediato es impedir el avance de toda estabilización política capaz de favorecer la marcha autónoma de dicha región.

INVERTIR LA LÓGICA DE LIST
En este sentido, europeos y americanos son fieles seguidores de Friederich List, el economista alemán a quien debemos la teoría de la autodeterminación en economía política, teoría que propugna la organización de los espacios interiores pero sin recurrir excesivamente al colonialismo. Es la lógica que han aplicado sucesivamente en Europa Bismarck, los padres fundadores de la CEE y De Gaulle. Los Americanos han aprendido de List que todas las unificaciones, todos los reagrupamientos regionales o continentales, todas las sinergías transnacionales localizadas, tarde o temprano tendrán que chocar con su interés talasocrático. Los americanos invierten la lógica de List. Los europeos quieren aplicarla en sus consecuencias. Esta es la diferencia.

Al fines del siglo XIX, un buen número de economistas, recogidos de todas las familias del pensamiento, reflexionaron sobre la integralización y unificación de las economías europeas. Los diversos proyectos fueron numerosos, si bien es imposible aquí enumerarlos todos. En las vísperas de la Primera Guerra Mundial, Alemania, Autria-Hungría y el Imperio Otomano planificaron la construcción de un ferrocarril Hamburgo-Berlín-Viena-Estambul-Bagdag, aunando así las posibilidades económicas de Hungría, los Cárpatos, Anatolia y Mesopotamia, pues la comunicación entre estas regiones era, de hecho, imposible sin el consenso de la flota británica, que a la sazón controlaba el Mediterráneo Oriental. Para Londres la solución de sus problemas devino de la oportuna manipulación de los nacionalismos serbio, rumano y árabe (baste recordar la muy difundida leyenda de Lawrence de Arabia). En 1995 estaba previsto la construcción de un gran canal entre el Rhin, el Main y el Danuvio, desde Rotterdam al Mar Negro, que sustituiría una gran parte del tráfico comercial controlado por los americanos en el Mediterráneo, facilitando el acceso al corazón de Europa de las inmensas reservas en cereales de Ucrania o del petróleo caucasiano. Este proyecto no estaría limitado únicamente al territorio actual de la CEE, fue la respuesta del Washington horrorizado ante la perspectiva de perder su influencia inmediata en el Cercano Oriente ante el acceso, aun indirecto, de la Gran Europa en gestación a las riquezas del Cáucaso, Mesopotamia e incluso al Océano Índico.

FRAGMENTAR LA DIAGONAL
La lógica anglosajona discurre hoy por hoy en impedir la construcción de esta gran diagonal transeuropea que enlazaría con los ríos del Golfo Pérsico. En 1918 se desmenuzó el Imperio Austrohúngaro y el Oriente Próximo; en 1945 el Danubio estaba cortado a pocos kilómetros de Viena; en 1992 se logró paralizar la fabulosa sinergía que se estaba gestando en la Europa Oriental posterior a la perestroika. Según los pertinentes análisis de Mohammed Shanoum, consejero del presidente argelino Chadli, que coincide con la estrategia geopolítica de Haushofer y Zischka, la Europa en formación devendría el mejor aliado para la futura Comunidad Magrebí, pues está destinada a ser la salida natural al comercio de la región, e incluso de toda el África. Para contener toda esta fabulosa sinergía continental, los Estados Unidos necesitan el control efectivo del Golfo Pérsico, es decir, la zona en que el Océano penetra más profundamente en la masa continental euroasiática, en dirección a zonas-clave como lo son el Irán, las zonas de contacto entre el este y el Oeste de Eurasia, como el Cáucaso y el Mar Negro; en caso de perder el control del Golfo, los americanos verían surgir una nueva dinámica que, si las leyes geopolíticas no mienten, sería imparable. Este fue el significado real de la Guerra del Golfo: la neutralización no de Saddam Hussein, sino de una de las zonas más sensibles de Eurasia.

Recordemos, en el mismo orden de ideas, que Roosevelt no combatió a Alemania a causa del nazismo, sino porque los tratados alemanes con Rumania, Hungría y Croacia, motivados en la idea de la "Petite Entente" balcánica, idea que amenazaba directamente los compromisos comerciales americanos, enfrenados al "imperio informal Alemán", perfectamente capaz de ser autosuficiente al margen de las exportaciones americanas, posibilidad que se prohibía tácitamente en el tratado germano-americano de diciembre de 1923.

Después de 1945 los Estados Unidos organizaron la economía europea en la forma de un gran mercado más accesible a sus propios intereses. Los famosos Plan Marshall y Schuman no fueron sino la concretización de esa idea. Pero, tarde o temprano, Europa debe devenir en la idea "bonapartista-gaullista" y "social-demócrata a la alemana", según la misma terminología de los funcionarios americanos. Estamos hablando de una Europa consciente de sus intereses comunes y beneficiaria de una buena organización social basada en la etiqueta de las inversiones colectivas.

Renunciando a la ideal del proteccionismo, renunciando a los principios de solidaridad que debieran presidir las fórmulas europeas de seguridad social, renunciando invertir a largo plazo y privilegiando los proyectos a corto tiempo, renunciando a la lógica continentalista para fijar la mirada en el "globalismo", la Europa americanizada se encuentra virtualmente incapacitada para asumir sus propios planteamientos. Las aventuras americanas en Corea y Vietnam debieran ser un punto de referencia. La Guerra del Golfo no escapa a la regla. Quisiera rendir aquí un pequeño homenaje a los politólogos, a los periodistas, a los historiadores, a los políticos americanos que rechazan como perniciosa para su patria la actual posición mundialista de los gobiernos de Estados Unidos. Cinco de ellos, particularmente, me llegan a la memoria: Oswald Garrison Villard, John T. Flynn, el senador por Ohio Robert A. Taft, El presidente, e sus días, del Partido Republicano, Charles A. Beard, y el diplomático Lawrence Dennis . Cada uno de ellos merece un amplio comentario, pero para resumir sus trabajos voy ha citar las palabras de Charles A. Beard, quien puede considerarse el portavoz de sus compañeros de infortunio: "En el centro de esta concepción que los americanos han desarrollado, se encuentra la idea de que la civilización americana debe mejorarse sobre todo por medio de la política interior, abandonar los hábitos que han hecho de nuestro pueblo un pueblo mal gobernado, mal habituado y mal educado. Para defender esta civilización y este continente, necesitamos una política inteligente y adaptada a este fin, de un ejército y de una armada reducidas, aunque vigorosas. Nuestra convicción es que la democracia americana no debe más, cual Atlas moderno, cargar con el peso del hombre blanco, bajo la forma de un imperialismo mundial, y que América no debiera buscar más su implicación en los difíciles problemas de las naciones sureuropeas.

Para Beard, los europeos y los japoneses deben organizar sus propios espacios a su gusto y manera, y en estas decisiones la intervención de América es innecesaria y contraproducente. Lawrence Dennis, por su parte, demuestra que el intervencionismo, desde todos los puntos, termina siempre por ejercer un "efecto dominó" de consecuencias siempre imprevisibles.. Estos "continentalistas" evocan una organización interior de la sociedad americana y, a su modo, rememoran las sombrías previsiones del profesor Paul Kennedy ante las presiones americanas ejercidas en el Japón para lanzar al ruedo político a Akio Morita, antiguo director de Sony, como cabeza del Partido Liberal Democrático. En la obra de Michel Albert se hizo famoso su grito de alarma: "America is back!" (América está en retroceso), que por cierto fue usada por Reagan en un sentido totalmente diferente. Para Albert, la sociedad americana ha devenido una sociedad dual, marcada por el egoísmo patológico de los nuevos ricos, descomprometidos con cualquier engranaje social. Su industria se ha convertido en una serie casi inabarcable de poderes paralelos con plena capacidad de actuación al margen de la sociedad y del Estado, con sus propios programas de formación exclusiva a nivel universitario y, sobre todo, donde priva mucho más la especulación que los programas de calidad. El hombre de empresa casi ha desaparecido ante la presión de los "golden boys" y las razzias de los bancos. Maurice Allais, Premio Nobel de Economía en 1988, declaraba que "la economía neoamericana se ha abandonado a una especie de delirio financiero especulativo donde se mueven cifras fabulosas sin fundamento real, una economía donde los efectos desmoralizantes están siendo subestimados". Atraídos por el dinero fácil ganado en la bolsa, los cuadros americanos especulan constantemehte al margen de un contexto económico real: la industria. Las consecuencias podrían ser verdaderamente desastrosas, pues se está privando un tejido económico que ya no favorece la investigación, la calidad ni los proyecto a largo tiempo. El peligro americano es precisamente esta ideología: nos estamos enfrentando al espíritu del consumidos, no del constructor, del egoísta, no del pionero. El espíritu de las finanzas sustituye así al espíritu de la empresa. Shintaro Ishihara, en un libro titulado "El Japón que puede decir no", denuncia los siete pecados capitales de América:

LOS SIETE PECADOS CAPITALES DE AMÉRICA
PRIMER PECADO: los americanos sufren del fantasma de la vida fácil; son extremadamente egoístas y prefieren la especulación y el ocio a la producción y el trabajo.
SEGUNDO PECADO: los americanos son incapaces de planificación; los japoneses planifican toda su economía, como mínimo, a diez años vista; los americanos, ironizan los japoneses, piensan tan sólo en los siguientes diez minutos. Sus decisiones, así, carecen de sustancia.
TERCER PECADO: América ha construido una sociedad del despilfarro, fruto de su incapacidad de planificación. Los productos americanos son cada vez menos fiables, al tiempo que los americanos son los mayores productores de desperdicios en todo el mundo.
CUARTO PECADO: el gusto por el lujo, en los Estados Unidos, adquiere proporciones inaceptables, indecentes. La ostentación de la riqueza no puede engendrar sino una sociedad fracturada.
QUINTO PECADO: en los Estados Unidos, explica Ishihara, reina una concentración plutocrática del abastecimiento. el 1% de la población controla el 36% de la riqueza nacional. Cuando una sociedad presenta tales características, deja de ser un pueblo, y si no es un pueblo, carece de armonía, y si carece de armonía, no es sino una disfunción.
SEXTO PECADO: la economía americana no opera sobre la investigación ni sobre la mejora de sus productos; el hecho de su proteccionismo no es sino la manifestación a ser desbordados por los productos japoneses y europeos. Los americanos priman el "hecho individual", que engendra el desorden en las investigaciones y la "satisfacción del consumidor", que no conoce ni frenos ni límites. Las escuelas, los servicios de policía, la lucha contra la droga, la investigación médica, la ecología, no entran en los cálculos inmediatos de esta economía americana del "hecho individual" y del hedonismo consumista. Esta desestabilización creciente puede, a la larga, afectar a la vida en general. La política interior americana se ha limitado exclusivamente al consumo individual, con el resultado de un crecimiento desmesurado de las necesidades artificiales.
SÉPTIMO PECADO: Los americanos estiman que su modo de vida y su civilización son los mejores del mundo. Rehusan cambiar de criterios, son incapaces de concebir un modo alternativo a sus interpretaciones liberales convencionales. Si persisten en cometer sus mismos errores, señala Ishihara, el Japón no dudará en buscar sus inversiones en otro lugar: en Siberia y en los demás países de Extremo-Oriente.

CAPITALISMO CONTRA CAPITALISMO
Frente a estas taras americanas, Michel Albert responde que los otros capitalismos, el alemán, el japonés, el sueco o el suizo, no se basan exclusivamente en el dinero, sino también en otros valores sociales. Y señala que François Perroux añade: "Toda sociedad capitalista funciona regularmente gracias a los sectores sociales que no están animados ni impregnados por el espíritu de la riqueza y de la búsqueda de más riqueza. Cuando el alto funcionario, el soldado, el magistrado, el sacerdote, el artista, el sabio son dominados por este espíritu, la sociedad queda destruida, y toda forma económica se encuentra entonces amenazada . Los bienes más preciosos y más nobles de la vida de los hombres: el honor, la alegría, el afecto, el respeto a los demás, no encuentran ninguna salida; el grupo social entonces se desmorona por su base. Un espíritu anterior y extraño al capitalismo sostiene los cuadros bajo los que se desarrolla la economía capitalista". ( El Capitalismo, PUF 1962).

Michel Albert intenta demostrar la superioridad del "capitalismo del Rhin" (holandés, alemán, suizo) y japonés, donde la banca prima sobre la bolsa, y donde las agresiones interempresariales están fundamentadas en varias "reglas" en las que es virtualmente imposible operar al margen del consenso general (OPAs, grandes familias, etc). El concepto de la "familia autoritaria" de tipo germánico, israelita o nipón, que intenta por todos los medios perpetuarse en las siguientes generaciones, es primordial aquí; el capitalismo deviene así una suerte de viejo-capitalismo que pretende su expansión y su duración en el tiempo y en la memoria a través de la cualificación, la antigüedad, la formación de los cuadros y de los obreros. Este viejo-liberalismo, contrario al liberalismo en sentido estricto, deriva del pensamiento anglosajón, vehículo de unos valores que son precapitalistas, tradicionales y eternos. La preferencia que se da aquí a lo colectivo o a lo comunitario indica claramente la persistencia de unos modos de acción y de pensamiento preindividuales. Estos valores son inmemoriales; son europeos, en el sentido de que Europa les ha dado vida durante siglos. En los Estados Unidos estos valores no pueden ser transplantados en un "humus" que no está dispuesto a recibirlos. Pero, si estos valores preliberales y preindividualistas son en sí sólidos, ¿por qué hablamos del peligro americano? Michel Albert escribe: "la superioridad económica del capitalismo del Rhin, no nos engañemos, está condicionada a su triunfo político. De otra forma, los países del Rhin no dejarán de ser permeables al virus venido de fuera". La economía sometida la presión política de la otra fachada atlántica, de sus influencias mediáticas y culturales, se vuelve en sí inoperativa. La amenaza está clara: "Toda idea made in America es en Europa una idea pre-vendida". El combate contra las seducciones ideológicas americanas es ante todo un combate cultural, una "Kulturkampf". Y ese es nuestro combate. Una Europa seducida por los modelos americanos e hiperliberales debería defenderse con todas sus fuerzas contra la trampa de la economía-casino, optando por la investigación conjunta y por el desarrollo en común.

CONFIAMOS, OBRAMOS
En derecho internacional, sobre el plano geopolítico, sobre el plano económico, sobre el plano ideológico, el peligro que representa los Estados Unidos y las manías que ellos exportan, son bien visibles, bien tangibles. Oponerse a la ideología americana no es una preocupación de intelectuales de salón, de estetas delicados, de fanáticos que se mueven en ámbitos grupusculares, sino que es la única forma real de defender los valores europeos, de la propia vida cotidiana. Si no queremos que nuestras ciudades desemboque en un Bronx o que nuestros hijos salgan iletrados de nuestros colegios y liceos, esta es nuestra misión frente a la peligrosísimas seducciones que nos vienen de California y de Chicago . Es un combate en el que podemos y debemos entrar todos, cada uno según sus medios y posibilidades. Roosevelt, gran estratega de cumbres políticas, había anunciado que el siglo XX sería americano. Nosotros confiamos, obramos para que el siglo XXI sea multipolar: europeo en Europa, asiático en Asia, y ruso en el enclave de los dos mundos.

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